Otra farsa mediática contra Siria

La banalización de la realidad social y la morbosa presentación del dolor ajeno, alcanzan los ribetes de farsa generalizada en el otorgamiento de un Oscar al documental White Heltmes (Casco Blancos) y sus roles en Siria.

Tanto en Damasco como en cualquier zona que vive la despiadada guerra impuesta a esta nación del Levante, la noticia causó un dramático revuelo, no solo por la manipulación de hechos y escenas, sino por las oscuras e insensatas argumentaciones.

Khaled Khateeb, uno de los autores del documental, con apenas media hora de duración, no pudo asistir a la ceremonia prevista porque el Departamento de Seguridad Nacional estadounidense le bloqueó la entrada a la nación sede de la ceremonia desde 1929.

Los organizadores de los Oscar, un tradicional premio anual de la Academia de las Artes y la Ciencia cinematográficas de Estados Unidos, no dieron explicaciones y solamente se limitaron a promocionar en su página web que los ‘Cascos Blancos’ son ‘voluntarios civiles neutrales’ que han salvado 60 mil vidas en Siria desde el 2013.

Mucho menos se alude como antecedentes o argumentaciones ‘a favor del corto’ que en abril del año pasado, uno de los dirigentes de la organización, Raed Saleh, no pudo entrar en Estados Unidos procedente de Turquía para recibir un premio humanitario porque en Washington los aduaneros lo obligaron a regresar afirmando que su visado había sido cancelado.

Estos hechos, admitidos o no por los grandes medios de comunicación del mundo occidental, representan una clara tendencia hacia el simulacro y la sociedad del espectáculo como una realidad innegable en el mundo actual en el que vivimos.

Para desmontar la farsa hay suficientes elementos, conocidos y no dichos por las autoridades estadounidenses, pero que existen y demuestran el insensato accionar de la manipulación mediática a través de la mentira y la presentación de recetas a cuál más falsa, inútil y tramposa como parte del simulacro político para destruir Siria y desvirtuar cualquier valor humano.

Los llamados Cascos Blancos, que luego adoptaron el nombre de Defensa Civil Siria, fueron creados a finales de 2012 y principios de 2013 por James Le Mesurier, ex oficial del Ejército británico que empezó a entrenar a los primeros ‘defensores civiles’ en Turquía.

Actúan en los territorios controladas por la oposición extremista armada, sobre todo el Ejército para la Conquista del Levante, otrora Al Nusra, y afirman que ‘salvan gente de las dos partes del conflicto’, pero no incluyen a los leales al Gobierno sirio.

En eses sentido, el documental ‘premiado’ muestra a varios cascos blancos entremezclados con miembros de la banda armada que captura a un ‘cerdo de Assad’, así lo definen en la narración.

Hay más elementos para valorar la manipulación porque ese grupo recibe donaciones de la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID), que asegura haberles entregado más de 23 millones de dólares, así como de gobiernos de países como Reino Unido, Dinamarca y Japón, y de organizaciones vinculadas con el magnate George Soros, según denuncias públicas reiteradas no solo a partir de Siria…

Una argumentación más: Prensa Latina pudo comprobar en Alepo, sobre la base de testimonios y relatos bien espontáneos, que los Cascos Blancos actuaban en los barrios orientales sin limitaciones y junto a las unidades del otrora Al Nusra y para ellos, los sirios en la zona occidental de la ciudad controladas por el Ejército sirio, estaba fuera ‘del presunto alcance humanitario de sus labores.’

Una vez más, la industria del cine estadounidense sigue siendo injusta sobre la base del entrelazado de la exhibición de la desigualdad con el entretenimiento más alienante, y la morbosa presentación de dolor ajeno.

Misión Imposible, John Wick, Batman, Superman, La Mujer Maravilla o cualquier otra ‘obra cinematográfica’ destinada a la exacerbación del mito del poder desde Estados Unidos, se sintetiza en un premio otorgado al documental Cascos Blancos, una manipulación mediática más destinada a desvirtuar los valores humanos en aras de los intereses políticos.

Pedro García Hernández


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