La Primera Solución: Trabajar por la Paz.
Por todos lados nos golpean situaciones graves, guerras, crisis ecológica, financiera, económica. Para la gente en general el problema central es el subempleo y la falta de empleo –en todas partes el endeudamiento es alto y preocupa la incapacidad de pagar, ya sea básicos diarios o hipotecas. Pero es la gente en zonas ocupadas o en guerra, la que enfrenta los desafíos más serios. El asunto allí es sobrevivir –bombardeados y ocupados, o bajo gobiernos impuestos por los invasores, nadie atiende al bien común. La situación mundial es compleja y agota. ¿Quién puede culparnos de tratar de escapar a o de no querernos enterar de lo que pasa? Es tentador huir de la realidad cuando la complejidad nos deja aparentemente sin soluciones. Pero la solución está implícita: hay que terminar con estas guerras imperiales y trabajar por la Paz.
La globalización se nos ha impuesto sin pedirla. Muchos que quizás pensamos en el valor de alentar un proyecto global de liberación, uno que contribuyera a la humanización favoreciendo los derechos humanos y económicos de todos, despertamos de un golpe a la hipnótica emergencia de la globalización corporativa. Trabajar en pos de derechos humanos y económicos desafía la opresión reinante y favorece a la gente en todas partes. Pero el proyecto global que se nos vino encima no es el de los pueblos, ni requiere ni respeta consulta popular alguna, se impone desde arriba y con picana, aguijoneándonos como si fuéramos vacas…Se cumple así la dorada ambición de los más ricos ya no de manejar los estados desde atrás de las bambalinas sino de directamente ocupar las estructuras políticas para integrar a los estados del mundo bajo un mando único. Se trata de una dictadura global y la Casa Central parece estará en donde la Banca quiera.
El problema de los pueblos, la satisfacción de necesidades básicas –de alimentación, vivienda, salud, educación, no es el problema que este proyecto viene a atender. La dictadura global se preocupa de consolidar el poder de los más ricos e implementar su obsesión fundamental de controlar el crecimiento de la población. Este miedo, un miedo viejo y quizás “natural” para una minoría tan absoluta como esta -muchos menos que el 1 por ciento de la población, pasa a dominar la agenda. La exterminación, natural (dejarlos morirse de hambre, ser presa de infecciones prevenibles o curables, no atender necesidades sanitarias básicas) o artificial (transformarlos en daños colaterales de la Guerra) de poblaciones “menos valiosas” se vuelve la meta no publicitada de este proceso globalizador.
Un periodista canadiense que generalmente leo, Murphy Dobbin, usa una frase explicatoria de lo que hoy sucede en el “mundo rico” y dice: “the chickens are coming home to roost” –o sea ha llegado la hora de que el Primer Mundo sufra lo que hasta ahora ha venido sufriendo el Tercer Mundo. Es un mensaje que el Primer Mundo se niega a escuchar: “a nosotros no” -tenemos otros recursos, educación y hasta tradición democrática. Olvidan que “quien a hierro mata, a hierro muere,” un poco la traducción no literal de la expresión que Dobbin usa. Esos prejuicios de que a nosotros no puede pasarnos esto bloquean la visión de la gente en el Primer Mundo, no ven lo que es muy obvio. Esos prejuicios, además, se unen a otros prejuicios como el de de que la Banca es “justa” y vuelven todo lo que sabemos sobre sus confabulaciones y robos es “teorías de conspiración.” Es tan grande el mito de la “Banca justa y conocedora” en el Primer Mundo, que cuando cursaba cursos en la Universidad de Alberta, recuerdo que una instructora, que no era otra que la jefa de nuestro departamento, durante un momento informal en una de sus clases compartió que la economía canadiense funcionaría mejor si dejaran eso en manos de los bancos, que al fin saben de economía mucho más que nadie. Creyendo que su comentario era una broma, me reí con muchas ganas, pero ella no estaba bromeando, esa era su perspectiva y ella era una investigadora seria canadiense y su foco era la realidad de las familias rurales.
Para los más ricos, cada vez más centrados en las altas esferas financieras y en la Banca, la guerra mata varios pájaros de un tiro: es un negocio enorme de por sí, y un medio medianamente efectivo de apropiación de los recursos de otros, además elimina poblaciones percibidas como redundantes y/o problemáticas para esa élite, encima se puede transformar en un método “ejemplarizante” efectivo para otras poblaciones problemáticas y además puede re-establecer el control afuera de un imperio económicamente debilitado, quebrado incluso, y la fe adentro de ese imperio de sus ciudadanos que ya sufren directamente los efectos de la debilidad económica en casa.
Guerras imperiales: negocio, distancia y muerte…
La guerra es atroz. Las guerras que vivimos son imperiales y evitables. Deberían de estar prohibidas y bastaría con que la comunidad de naciones detuviera, en vez de promoviera o afianzara a los agresores. Estos buscan constantemente, y a hasta ahora encuentran, la forma de encaminarnos por esa senda que lleva al asalto de un país debilitado y a la degradación general no sólo del atacado sino de todos nosotros. El asalto, que puede usar muchas excusas, es generalmente un asalto para la apropiación de los recursos del otro, pero además favorece el negocio de la guerra y promueve la imagen del matón que se impone sobre toda lógica. La guerra es una experiencia destructiva y traumática, una que marcan a los sobrevivientes de por vida.
En la guerra, atacantes y atacados sufren, aunque no sufren igual, siempre sufren ambos, incluso aunque no siempre lo saben. Y sufrimos también los que ni participamos de ella, porque nos deshumanizamos al presenciar o recibir su herencia, es un descenso general de la humanidad. El ciclo de destrucción de cualquier guerra no termina simplemente con la firma de acuerdos de paz, o con la desocupación por parte de las fuerzas invasoras, la sociedad golpeada desciende entera al infierno y a veces se queda simplemente allí. Y nosotros con ellos, aunque pensemos estar a salvo, porque lo que “por allí anda, por aquí llega,” más tarde o más temprano.
Que el mundo está en guerra es obvio para mí y sin embargo, cuando hablo semanalmente con mi madre ella, inocente total, me dice siempre que debemos agradecer no sufrir una guerra. Quizás porque ella no entiende claramente lo conectado que todos estamos. Hoy, la guerra es una realidad para millones de habitantes del planeta, pero los medios hablan poco y muy sesgadamente de ellas y se focalizan en algunos conflictos convenientes, enfocándolos siempre desde una perspectiva occidental y blanca.
Las intervenciones de occidente, como la invasión de Libia, presentadas como “acciones humanitarias” o actos en defensa propia transmiten una perspectiva favorable al agresor, pero no debemos engañarnos, sospechamos que las razones de todos estos asaltos son totalmente otras, por eso no estamos libres del pecado que en nuestro nombre se comete diariamente. Entre nosotros, occidentales, se ha hecho común que los ataques a otros usen el cuento de que nos estamos defendiendo ya no de un ataque dado sino de la “posibilidad” de uno. Nos gusta demasiado ser siempre los “buenos de la película” y culpar a los otros de nuestras acciones de muy mala fe. Ellos son los “malos” porque nosotros buenos como somos no podemos imaginarnos haciendo ninguna maldad. Pero si nos detenemos un poco nos podemos más que reconocer que los agresores usan la mentira de la autodefensa para golpear duro al otro sin tomar responsabilidad por su agresión.
Detrás de la guerra, o delante quizás, están las armas. Nadie ha invertido en armas tanto como occidente, y hemos dedicado bastante esfuerzo a la creación de sofisticadas formas de matar, y de torturar también. En 1934 el “eje del mal” de productores de armas era totalmente europeo: Krupp en Alemania, Schneider en Francia y Vickers en Inglaterra. Hoy Estados Unidos va a la cabeza. En lo que va del 2012 ha exportado 8641 millones de dólares, segunda está la Unión Europea con 6950 (incluyendo a Alemania, Francia, Reino Unido, Italia, España y Suecia) y luego está Rusia con 6039 millones de dólares, bastante lejos está China con 1423 millones de dólares y luego Israel con 627 millones de dólares.
Los equipos de guerra son bien caros, el costo de un F22 raptor es de 133 millones de dólares y el de un B2 bombardero de 2.200 millones de dólares. El desarrollo de tecnologías de armas es costoso: el costo de desarrollo y producción del F35 para la población de los Estados Unidos se estima en 382 000 millones de dólares. Es un monto suficientemente grande como para cubrir los gastos de educación de los Estados Unidos por los próximos cinco años. Con inversiones de tal magnitud como puede sorprendernos ese afán por guerrear, la guerra se ha tornado un modo de vida, y no sólo para los militares, también para los civiles que trabajan en la industria. Si prestamos atención a quienes son los principales vendedores de armas notamos que el mercado de ventas de armas de los Estados Unidos ha venido aumentando desde, en el 2006, cuando vendía casi un tercio de las armas del mundo, al 2010 cuando el monto había aumentado hasta ser el 52.7 por ciento del total -más de 40 000 millones de dólares. El 2011 la suma alcanzó los 46 000 millones de dólares. La guerra se transforma en una plataforma de exposición, digamos que una especie de pasarela de modas del armamento mundial, el que no tiene armas efectivas las desea porque el precio de no tenerlas es muy caro. Es obvio que nadie ataca a los mejores armados. La venta de armas continúa y recientemente el presidente Obama anunció que venderá armas a Iraq por un valor de 11 mil millones de dólares y aviones a Arabia Saudita por 30 mil millones más.
El mundo se sigue armando. Una de esas terribles guerras de las que escuchamos poco ha sido la Guerra de la República Democrática del Congo (RDC). Esto aunque se estima que han muerto en ella casi 5 millones de personas desde 1998, y algunos hablan de incluso más. Ha sido el conflicto más letal desde la Segunda Guerra Mundial. Ahora, convencionalmente la Guerra de la RDC ha terminado, pero eso no quiere decir que la muerte se haya retirado a descansar. El ejército ha llevado adelante ejecuciones y ha arrasado poblados enteros en tiempos de “paz.” La RDC, asediada por malas condiciones sanitarias y peor nutrición y sufriendo desplazamientos poblacionales, sucumbe ante enfermedades tratables. Para el 2006 morían 1250 congoleses por día; el corazón de África, dicen algunos poéticamente, ha sido quebrado.
La conexión entre la guerra brutal y los fabricantes de armas clara. Entre 1950 y 1989 los Estados Unidos le vendió a África armas y entrenamiento por 1500 millones de dólares; y, entre 1991 y 1998 el monto fue de 227 millones de dólares. Al mismo tiempo le continuó cortando la asistencia para el desarrollo. Armada y pobre África se ha vuelto un polvorín. Los países africanos receptores entre 1950 y 1989 de esas armas y entrenamientos norteamericanos, Liberia, Somalia, Sudán, y Zaire –hoy República Democrática del Congo, son justamente los involucrados en conflictos. Estados Unidos ha ayudado a construir los arsenales y a entrenar las fuerzas militares de ocho de los nueve países envueltos en la Guerra del Congo. Le vendió armas al dictador Mobutu (armas y entrenamiento por 400 millones de dólares) y este las usó contra la población para postergar la caída de su régimen y cuando Mobutu cayó, la Administración Clinton le ofreció armas y entrenamiento a Laurent Kabila, el jefe al mando de las fuerzas que en el 97 voltearon a Mobutu.
Como la guerra es cruel y la venta de armas no es un negocio como para pavonearse se silencian muchas cosas, o se distorsiona la verdad. El presidente Obama pretende que no hace la guerra, dice Ford (Black Agenda Report), él habla de acciones humanitarias para la paz pero no es diferente de Clinton o de Bush: “El primer presidente negro es totalmente compatible con la vieja escuela imperialista de Europa, ahora renacida y rejuvenecida a través de la OTAN como los amos, sin desafiantes, de África.” El reinado europeo-americano vuelve a Libia, argumenta Ford, pero no gracias a la guerra sino a una “intervención humanitaria.”
Tampoco todas las guerras son definidas como tal, reciben el título de “guerras” solamente aquellas por las que occidente paga un precio. Ford lo explica así: “…el robo sin piedad y la despoblación de las Américas y de África fueron vendidas como Cristianización o misión “civilizadora” –pero no como guerras. El medio milenio del gran estado de sitio a Norte América, durante el cual el 95 por ciento de la población aborigen muere, fue un proyecto de “asentamiento” para “domar” al continente – no una serie de guerras de ocupación y aniquilación.” Sólo unos pocos encuentros armados con los colonizadores blancos, explica, son definidos como “guerra:” –las Guerras Seminolas y las de los Indios de las Praderas- y esto, dice, porque los blancos perdieron algunas batallas y sufrieron algunos muertos y heridos. “Son las muertes de los blancos las que santificaron las guerras como tales.”
Igual que para Teddy Roosevelt, explica Ford, para Obama si no mueren europeos no hay guerra. “La muerte de millones de pueblos aborígenes fue una ocurrencia natural, una extinción “inevitable” por el contacto con la “superior raza blanca” decía Roosevelt (quien también recibió un Premio Nobel de la Paz).” La guerra es entendida como una actividad entre “iguales” -europeos o americanos, por lo que es guerra sólo si afecta a los blancos. “Cuando los europeos pelearon uno con otro sobre los despojos de África y Asia –o sea, sobre el derecho de seguir ocupando y expropiando la tierra, y explotando y asesinando a los nativos del Mundo No-Blanco a su antojo, esas si fueron consideradas guerras. Pero, cuando los nativos murieron por millones –posiblemente diez millones en el Congo bajo el reinado belga del Rey Leopoldo- era por su propia falla por no asimilarse a las demandas de la “civilización,” no era guerra.”
La guerra es un negocio jugoso, oportunidad de quedarse con recursos y construir imperio. Tiempo después de la invasión a Iraq, en mayo del 2003, Paul Wolfowitz declaraba en Singapur que en realidad “la diferencia entre Corea del Norte e Irak es que, económicamente, en Irak no teníamos alternativa. El país nada en un mar de petróleo.” Y más tarde Alan Greenspan, ex presidente del Banco Central de los Estados Unidos o Reserva Federal, aseguraba en su libro de memorias que el verdadero motivo para invadir Iraq era la captura del petróleo y no las razones expresadas públicamente respecto a las supuestas armas de destrucción masiva que tuviera, o a la liberación del pueblo iraquí de la dictadura de Saddam Hussein y el establecimiento de una democracia.
Las guerras son una actividad imperialista rentable porque es difícil perder cuando uno le vende a los dos lados, y, de paso, no sólo se debilitan ambos contrincantes mientras obtenemos pingües ganancias sino que además es posible quedarnos con los recursos de los dos. Las armas son, además, crecientemente destructivas y unilaterales. Por lo que cuando occidente las usa corre pocos riesgos: es bastante seguro para quien dispara hacerlo desde Arizona y con aviones sin piloto que destruyen infraestructura y gente al otro lado del planeta. Implementada de esta forma la guerra puede verse casi como un juego para el agresor, uno no tan diferente de los que nuestros propios hijos juegan en sus computadores –preparación, quizás, para la aceptación de las crecientemente guerras robóticas del futuro. El costo de terminar con uno, o varios seres humanos, no se hace demasiado evidente para quien dispara de lejos, lo que contribuye a deshumanizar al otro y a la propia deshumanización. Para el país agresor hay además maneras de limitar complicaciones en casa, por eso cuando se requieren acciones en terreno y costosas en hombres se usan mercenarios –gentes sin derecho a patalear porque van voluntariamente y reciben buena paga. Los romanos tampoco querían dejar Roma para ir a guerrear y en los finales del imperio hasta sus generales eran bárbaros germanos. Además se “ablanda” al contrario antes de ir a terreno bombardeándolo desde cielo y tierra, particularmente de noche cuando la gente duerme lo que crea substantivos “daños colaterales” (civiles muertos) que contribuyen a “desestabilizar” al contrario, todo pretendiendo que el asalto es “quirúrgico” (vale recordar aquellas mortecinas luces verdes sobre Iraq).
A lo que el precio de la guerra para los agresores disminuye se hace crecientemente dificultoso crear frentes por la paz en casa del o los agresores, cuesta que florezca un movimiento anti-guerra porque no llegan a casa ni heridos ni afectados en masa desde el frente. Pero los costos para los agredidos son enormes. Cuesta mucho crear un nivel de consciencia pública, esta puede emerger años después de que el mal está hecho. Por ejemplo, recién ahora estamos entendiendo más masivamente los resultados que sobre la población civil ha tenido la invasión a Iraq -la destrucción reinante, la miseria, el nivel de mortalidad, el número creciente de abortos, malformaciones, leucemia y cáncer.
Con una prensa domesticada, o directamente en manos de quienes se benefician de la guerra, el internet se ha vuelto quizás un medio donde encontrar información alternativa en favor del trabajo por la paz. La guerra no es, en general, promovida directamente sino que se usa un discurso centrado en la necesidad de “protegernos” de los ataques de los otros y en el miedo a supuestos ataques. Esto aunque el agresor fundamental resida en casa. En esto hay elementos comunes entre los intrigantes promotores de guerras y quienes usan violencia en casa contra mujeres y niños. El agresor impone o trata de imponer el aislamiento de sus víctimas, para que los argumentos que usa en controlar su casa no sean quebrados por el cuestionamiento de otros. Es fundamental cuestionar los mitos creados sobre esos “otros” que los agresores definen como el “enemigo” y mostrarlos y verlos como lo que son, gentes que como nosotros quieren vivir en paz, y trabajan en pos de proveer las necesidades básicas de sus familias. Debemos analizar y cuestionar el papel y la ideología de occidente. Dejarnos de dividir el mundo entre buenos y malos y entender que de ambos todos tenemos un poco. Focalizarnos en la creación y mantenimiento de la paz. El mundo hierve y nosotros con él, se nos ha impuesto la maldad y la locura. Podemos aún dar vuelta la globalización y transformarla en globalización para la gente, a favor del respeto de los derechos humanos y económicos de nosotros, los habitantes del planeta. Es tiempo de unirnos para exigir la paz, y el fin de los negocios de la guerra y la producción de armamentos crecientemente dañinos y eficaces en exterminarnos.