La guerra comercial que viene

Donald Trump se puso a tiro de piedra de la Casa Blanca —Comey y Putin hicieron el resto— gracias al abrumador respaldo de los votantes blancos de clase trabajadora. Estos votantes confiaron en la promesa de recuperar empleos industriales de calidad para Estados Unidos, y no se creyeron la más creíble amenaza de que les quitaría la atención sanitaria. Les espera un duro golpe. 

Pero los trabajadores blancos no son los únicos crédulos: el Estados Unidos empresarial sigue negándose a aceptar la amenaza de una guerra comercial a escala mundial, a pesar de que el proteccionismo ha sido uno de los temas fundamentales de la campaña de Trump. De hecho, las dos únicas causas por las que Trump parece verdaderamente apasionado son los tratados comerciales supuestamente injustos y la admiración por los regímenes autoritarios. Es ingenuo suponer que dejará pasar su tema político preferido.

Hablemos de medios, motivos y consecuencias. Se podría imaginar que un cambio drástico en la política comercial estadounidense exigiría la aprobación del Congreso y que los republicanos –que afirman creer en el libre mercado– le pondrían freno. Pero dada la invertebración del partido, eso es improbable.

En cualquier caso, la legislación pertinente da al ocupante de la Casa Blanca un margen extraordinario si este decidiera seguir un rumbo proteccionista. Puede restringir las importaciones si estas “amenazan con socavar la seguridad nacional”; puede imponer aranceles “para solucionar grandes y graves déficits de la balanza comercial estadounidense”; puede modificar las tarifas arancelarias cuando los Gobiernos extranjeros pongan en práctica políticas “injustificables”. ¿Quién determina cuándo se dan esas condiciones? El propio Ejecutivo.

Ahora bien, la intención de estas disposiciones no era dar a un presidente poder para trastocar décadas de política comercial estadounidense o embarcarse en venganzas personales. Pero pueden adivinar cuánto van a importarle esas sutilezas al Gobierno entrante, que ya está hablando de utilizar sus poderes. Lo que nos lleva a la cuestión del motivo.

¿Por qué iba el Gobierno de Trump a restringir las importaciones? Una respuesta son esos votantes de clase trabajadora, cuyo supuesto defensor está decidido a imponer un programa nacional radicalmente contrario a ellos. Trump tiene un claro incentivo para alardear de que está haciendo algo para cumplir sus promesas electorales. Y si eso crea un conflicto internacional, es de hecho una ventaja adicional a la hora de desviar la atención de la aniquilación del sistema sanitario y cosas por el estilo.

Aparte de esto, está claro que el comandante en jefe entrante cree realmente que el comercio internacional es un juego en el que los buenos llegan los últimos, y de que se han aprovechado de Estados Unidos. Es más, está eligiendo a asesores que lo reafirmarán en estas creencias.

Ah, y no esperen que los intentos por parte de los expertos de señalar los fallos de este punto de vista –de señalar, en concreto, que la imagen de una China depredadora, que logra enormes superávits a costa de mantener su moneda devaluada, está varios años desfasada– causen ninguna impresión. Los miembros del equipo de Trump creen que cualquier crítica a sus ideas económicas refleja una conspiración de grupos de expertos decididos a debilitarlos. Porque por supuesto que lo están.

¿Y qué pasará cuando lleguen los aranceles de Trump?

Habrá represalias, a lo grande. En lo que al comercio se refiere, Estados Unidos no es una superpotencia tan importante; China es también un actor enorme, y la Unión Europea es aún más grande. Responderán del mismo modo, atacando sectores estadounidenses vulnerables como la aeronáutica y la agricultura.

Y las represalias no lo son todo; está también la emulación. En cuanto Estados Unidos decida que las normas no rigen, el comercio mundial se convertirá en una batalla campal.

¿Provocará esto una recesión mundial? Probablemente no. Esos riesgos se exageran, en mi opinión. No, el proteccionismo no causó la Gran Depresión.

Lo que sí hará la futura guerra comercial, sin embargo, es causar mucha perturbación. La economía mundial de hoy en día se construye en torno a “cadenas de valor” que cruzan fronteras: un coche o un teléfono móvil contienen componentes que se fabrican en muchos países, y que después se montan o modifican en muchos más. Una guerra comercial provocaría un drástico acortamiento de dichas cadenas, y muchas fábricas estadounidenses acabarían siendo las grandes perdedoras, como ocurrió en el pasado, cuando se disparó el comercio mundial.

Hay un viejo chiste sobre un motorista que atropella a un peatón y después intenta solucionar el daño retrocediendo, y atropella a la víctima una segunda vez. Pues bien, los efectos de la guerra comercial trumpista para los trabajadores estadounidenses serán muy parecidos.

Con estas perspectivas, podríamos pensar que alguien convencerá al Gobierno entrante de que se replantee su beligerancia comercial. Es decir, podríamos pensarlo si no hubiésemos prestado atención al historial y a la personalidad del proteccionista en jefe. No es probable que alguien que se niega a que le den instrucciones sobre seguridad nacional porque es “bueno, una persona inteligente” y no las necesita se siente a escuchar lecciones sobre economía internacional.

No, lo más probable es que llegue una guerra comercial. Abróchense los cinturones.

Paul Krugman

Paul Krugman: Premio Nobel de Economía.


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