Evo Morales: Disyuntivas del líder que podría ser caudillo
En un acto de conmemoración a once años de su primera victoria electoral, Evo Morales “aceptó” recientemente la decisión del congreso de su partido -el Movimiento al Socialismo (MAS)- de postularlo para competir por un cuarto mandato. El primer presidente indígena de Bolivia dijo que su vida ya no le pertenece y que hará lo que los movimientos sociales le pidan. El problema es que la mayoría de los electores le dijo “no” a esa posibilidad, por escaso margen, en un referéndum celebrado en febrero pasado.
El golpe de esa derrota fue tan duro que el gobierno no logró recuperar la iniciativa política y la re-reelección se transformó en una obsesión para el oficialismo. Sólo pudo explicar lo ocurrido en las urnas como parte de una conspiración, retratada en un reciente documental de factura oficial y titulado El cártel de la mentira, donde se acusa a una serie de medios de comunicación de mediano tamaño de haber montado el “caso Zapata” para derrotar al presidente en el marco de la “guerra de cuarta generación”. Se refiere a un supuesto hijo de Evo con una ex novia que terminó siendo gerenta de una firma china con millonarios contratos con el Estado; un caso opaco lleno de suspenso y un niño que al parecer no habría existido.
La nueva postulación ocurre en el marco de un distanciamiento entre los sectores urbanos -sobre todo medios- y el gobierno, cada vez más recostado en el área rural y en espacios urbanos de mayoría indígena como El Alto, que en gran medida siguen siendo leales al presidente. Al mismo tiempo, la creciente influencia de los sectores “duros” del gobierno, más afectos a explicar la realidad por conspiraciones que por evidencias sociológicas, no hace más que profundizar esa brecha.
Pero detrás de la coyuntura hay cambios más paulatinos pero no menos profundos en la década “evista”. Si hace diez años Evo se autoproyectaba como un campesino como los otros, en este tiempo se ha procesado un creciente culto a la personalidad y se construyó la imagen del líder excepcional predestinado a liderar la nación. Sin esa operación de sentido, una nueva reelección no tendría justificación, bastaría con encontrar “otro Evo”. En efecto, la idea de los primeros años era que “(los indígenas) somos todos presidentes” en el marco del “gobierno de los movimientos sociales”. Hoy esa idea de “muchos Evos” desapareció y el canciller David Choquehuanca -uno de quienes aspirará a la vicepresidencia tras el anuncio de Álvaro García Linera de no competir otra vez- pudo decir que “hay un solo Fidel, un solo Gandhi, un solo Mandela y un solo Evo“. Otros lo comparan con el caudillo anticolonial Túpac Katari, quien se rebeló en 1780 y fue descuartizado por los españoles. Es más, Evo habría venido a reunir ese cuerpo indígena fragmentado en un pueblo renovado, en una construcción propia de la lectura que hace el fallecido Ernesto Laclau en su libro La razón populista, publicado en 2005.
La filtración, hace unos meses, de un himno militar que ensalza la figura del presidente generó polémica. En la lírica, destinada a ser cantada en los cuarteles, se dice: “Evo Morales tú tienes la luz [?]/ Evo Morales tú eres la voz/ que al imperialismo fue quien lo enfrentó/ para todos los hijos un gran porvenir/ anticapitalista y anticolonial“.
Como muestra el libro Pachakuti: el retorno de la nación, de Vincent Nicolas y Pablo Quisbert, algunas aristas del culto a la personalidad de Morales se pueden comparar con las del presidente Víctor Paz Estenssoro, líder de la Revolución Nacional de 1952 que entregó la tierra a los campesinos y nacionalizó la gran minería. En estos años, libros como los del asesor presidencial Eusebio Gironda buscan asociar la imagen de Evo a la de un “gran conductor”, un “Titán de los Andes”, la encarnación del “Pachacuti andino” (un trastrocamiento completo del espacio-tiempo de alcance cósmico) e incluso un ser providencial. Pero, como recuerdan los autores, a veces el propio Evo se burla de ese culto. Por ejemplo, en una oportunidad en la que García Linera lo elogiaba apasionadamente, el mandatario respondió: “Ahora me he convencido, así ha conquistado a la compañera Claudia (esposa del vicepresidente) el compañero Álvaro“.
“Populismo prudente”
Sin duda, Morales es uno de los presidentes con más poder de la historia boliviana. En la base de su desempeño está la identificación simbólica de la Bolivia indígena con su figura -su presidencia amplió la foto de familia de la nación a los indígenas y excluidos- y su éxito macroeconómico. Son muchos quienes desde el capitalismo central -desde el New York Times hasta el Banco Mundial- elogiaron el desempeño económico de Bolivia, y alguno llegó a definir su modelo como un “populismo prudente”.
Basado en una fuerte presencia del Estado -que incluyó la nacionalización de los hidrocarburos y de servicios públicos- Evo llegó a acumular medio PBI en reservas internacionales. Dos ministros lo acompañan desde su primer día de gestión en enero de 2006 y uno es el de Economía, Luis Arce Catacora, quien controla la caja con mano firme. Pese a compartir ideología con la Venezuela bolivariana, el “socialismo” andino rima con estabilidad económica, aunque ahora, la caída de los precios de las materias primas encienda luces amarillas.
Al mismo tiempo, aunque parezca paradojal respecto de su discurso indigenista, Morales quiere pasar a la historia como el modernizador de Bolivia. La nueva red de teleféricos de transporte urbano es uno de sus proyectos estrella junto al satélite Túpac Katari. Su insistencia para que el Rally Dakar pase por Bolivia o su reciente pedido a la FIFA para que Bolivia pueda organizar un mundial de fútbol femenino o juvenil van por las mismas vías: iniciativas efectistas y rápidas de implementar. Al mismo tiempo, el enjuiciamiento de Chile en la Corte Internacional de La Haya por el acceso al mar, perdido por Bolivia en la Guerra del Pacífico a fines del siglo XIX, busca cohesionar el espacio interno y construir a Evo como presidente irreemplazable. La “descolonización” que imagina Morales se parece muy poco a un retorno al pasado y es más bien una mezcla de desarrollo y autoestima nacional.
No obstante, pese a sus avances, el modelo Evo ha venido perdiendo la magia de sus orígenes. La reciente crisis del agua mostró los déficits institucionales de su gestión y crecen las críticas a un ejercicio poco pluralista del poder y a una justicia excesivamente dependiente del Poder Ejecutivo. Pero, entretanto, sectores indígenas recelan de las tonalidades racistas de muchas de las voces opositoras, que, sobre todo en las redes sociales, se expresan sin los filtros de los grandes medios.
Por ahora, el gobierno tiene a favor la debilidad de la oposición, carente de cualquier esbozo de proyecto convincente de país. Pero, pese a ello, el ex presidente Carlos Mesa -y vocero de la demanda marítima, aunque hoy “congelado” en su cargo- comenzó a despegar en las encuestas y podría ser un serio rival para Morales en 2019. De discurso moderado y formas cultivadas, Mesa puede espantar la idea de que una derrota del MAS representa un retorno directo al pasado, pero para ello debe construir un movimiento político desde su soledad actual. Evo sigue siendo el político más popular del país, aunque en retroceso respecto del pasado reciente.
Desde el costado oficialista del ring, el problema de la nueva postulación -más allá del hecho de forzar la Constitución aprobada bajo el “proceso de cambio”- es que la iniciativa está desconectada de ideas de futuro que le den sentido político. El discurso actual se enfoca en “defender lo logrado” y en imágenes de la nación contra la antinación, y la agenda política oficialista se debilitó o ya no es tan creíble como antaño. Sin esas ideas, lo que se ve es sólo interés por perdurar en el poder.
Evo Morales quiere ser el presidente del Bicentenario. Pero la historia recuerda que el presidente del Centenario -Bautista Saavedra- se enfrascó en 1925 en penosas y resistidas formas de perdurar en el poder (en ese entonces mediante un delfín) que terminaron mal. Hoy se evalúan diversas vías para la repostulación de Evo (renuncia anticipada al cargo, consulta al Tribunal Constitucional, nuevo plebiscito). Pero todas ellas se parecen demasiado a la “picaresca” latinoamericana, y en medio de un “reflujo del cambio” reconocido por el propio vicepresidente García Linera, estas maniobras pueden tener un alto costo político y simbólico para quien fue, sin duda, uno de los mejores presidentes de Bolivia.
Evitar el riesgo de transitar el camino de líder a caudillo -como escribió el escritor y periodista Fernando Molina- pasa por dejar que el aire fresco de la crítica y la autocrítica entre por las ventanas cerradas a cal y canto de su oficina. Sólo en ese caso el presidente boliviano -que ya compró su pasaje a la historia- tiene posibilidades de evitar el destino del “patriarca” retratado por Gabriel García Márquez.
Pablo Stefanoni
Pablo Stefanoni: Jefe de redacción de la revista Nueva Sociedad.