¿Estados Unidos contra Chimérica?
El respaldo electoral al nuevo presidente de los Estados Unidos supone, de entrada, un desahogo social -los votos de la ira- para los damnificados por la actual globalización en aquel importante país.
Ya hace veinte años el analista y ensayista J. Rifkin relató cómo se dibujaban dos Américas. Ciudades con alta tecnología que prosperan en el nuevo entramado económico global, mientras otras áreas del mismo estado perdían sus fundiciones y plantas textiles. Estos serían los que defienden un reforzado nacionalismo norteamericano, frente a lo que perciben como rampante dumping fiscal, ambiental y laboral de lo que se ha dado en llamar Chimérica.
Es decir, la particular economía global que a un lado y otro del Pacífico convierte a China, Estados Unidos o México en un área que disuelve las fronteras (sobre todo para capitales y mercancías). Un nuevo orden mundial bajo el dominio de la economía informática (infocapitalismo) de inversores financieros, con regulaciones nacionales que inexorablemente se van igualando a la baja (sobre todo las salariales).
Como ya he escrito en estas páginas, era muy previsible que en estas circunstancias encontrase respaldo un nacionalismo que hizo la fabulosa promesa de regresar a la ciudad de la infancia, a un mundo previo a la Chimérica que han ido tejiendo las empresas multinacionales. Un mundo en el que no hay ya centro, ni debe haber fronteras, ni barreras. Por eso el regreso a la ciudad de la infancia reclamaba un gigantesco muro material entre EE.UU. y México y otro, comercial, entre EE.UU. y China. Estados Unidos contra Chimérica.
Esto es algo que ya habían anticipado en un visionario ensayo (con el título Imperio, editado por Harvard University Press, 2000) M. Hardt y A. Negri pronosticando que algunos sectores de trabajadores en los países hasta ahora dominantes llegarían a creer que sus intereses están vinculados a su identidad nacional. Como defensa ante los males de la globalización, defensa ante un nuevo Imperio global. Por eso respaldaron el nacionalismo de Donald Trump.
Ahora bien, ¿es posible desandar el camino que en las últimas décadas llevó a Estados Unidos hacia Chimérica? Aún más, ¿es posible que los grandes grupos financieros y empresariales (los enigmáticos mercados en Nueva York, París o Londres) que han ido dejando atrás a los Estados nación, a cambio de un Imperio global, acepten el regreso al pasado? ¿Es posible hacerlo en Washington de la mano de J. P. Morgan, Amazon o Exxon Mobil?
Lo dudo mucho. De entrada porque, como dijo Hillary Clinton hablando de Chimérica, según supimos por los papeles de Wikileaks: «¿Cómo negocias con mano dura con tu banquero?». Pero, sobre todo, porque cuando circula en televisión un relato corrosivo sobre la Casa Blanca como es House of Cards, creo que estamos ante un claro síntoma de que el poder que nos gobierna está ya en otros lugares, no en la Casa Blanca.
Albino Prada
Albino Prada: Doctor en Economía y ensayista.