El robo de las tierras de África

Entrevista a Ruedi Küng, corresponsal para África de la Radio suiza alemana DRS

Actualmente Estados y multinacionales compran por poco dinero inmensas superficies de tierra en los países pobres con el fin de cultivar productos para alimentar a los países ricos y para producir biocarburantes. Esto es especialmente chocante en África. Se expulsa a las familias campesinas indígenas de sus parcelas, que apenas les permiten sobrevivir, para poder producir en grandes plantaciones frutas destinadas a nuestras conservas o biocarburantes para nuestros coches. Se ignora casi totalmente a los autores del «Informe sobre la agricultura mundial» publicado en 2008, los cuales hacen un llamamiento urgente a preservar y promover la agricultura de los pequeños espacios porque sólo así se podrá detener el aumento del hambre.

Una persona a la que no le son indiferentes estas actividades que desprecian la dignidad humana es Ruedi Küng, el corresponsal para África de la Radio suiza alemana «DRS». En una entrevista difundida por radio ha dejado constancia de sus viajes a través de África, de sus observaciones y de sus entrevistas con la gente. Escuchándolo uno se da cuenta de los sentimientos humanos de este periodista. En cada una de sus frases trata de que prestemos atención a la gran injusticia y a los enormes daños que se han hecho a los pobres de este mundo para que continúen llenos las cacerolas y los depósitos de gasolina de los ricos. «Horizons et débats» reproduce esta entrevista con algunos pequeños recortes.

Radio DRS: Viajando por Suiza uno se da cuenta de todo está construido y cultivado. El campo, las casas, los cultivos. ¿Ha visto usted tierras incultas, vacías, en África?

Ruedi Küng: ¡Por supuesto! Sobrevolando este continente se tiene la impresión de que está vacío. Pero viajando a través del país uno se da cuenta de que no es cierto. No se trata simplemente de una población densa como la que tenemos en Suiza, pero hay personas por todas partes.

¿La gente aprovecha la tierra de una manera sensata o se podría hacer más en lo que concierne a la agricultura?

No cabe la menor duda de que la agricultura en África se encuentra en una crisis muy profunda. Y hay que darse cuenta de que cuatro quintas partes de todos los campesinos viven en una parcela pequeña de tierra en la que cultivan algunas cosas que les ayudan a sobrevivir con sus familias. Si tiene suerte, queda algo de sitio para una vaca, algunas cabras o algunas gallinas, y la mujer puede cultivar legumbres para la venta por las que recibe algo de dinero. Es una economía de subsistencia, es decir, una agricultura que llega justo para la propia supervivencia. Pero no tienen apoyo alguno (lo he experimentado varias veces al entrar en contacto con los campesinos y cuando podía hablar con ellos).

Por consiguiente, ¿se podría producir más? ¿Es imaginable que África, que tiene unas dimensiones considerables, pueda un día u otro alimentar al mundo?

Estamos en plena discusión respecto a esto. ¿Cuál es el futuro de la agricultura? No se aplica sólo a África, sino a todo el mundo. Hace dos años la FAO [Organización de las Naciones Unidas para la alimentación y la agricultura] publicó un Informe sobre la agricultura mundial. De manera sorprendente había adelantado una postura que está claramente opuesta a lo que se preconiza en Occidente, es decir, la gran agricultura industrial y mecanizada, acompañada de abonos y pesticidas. La FAO declara que el futuro es la economía de subsistencia, la agricultura de los pequeños campesinos –pero hay que apoyarles. Se puede apoyar la agricultura de los pequeños campesinos por medio, por ejemplo, de métodos de cultivo biológico, la gran química no es obligatoriamente necesaria. Por otro lado, cuando veo las inmensas plantaciones que también existen en África, por supuesto [creo que ] deben trabajarlas con métodos más modernos.

Yo diría –pero no soy un experto agrícola, lo que hago es hablar con la gente– que se puede hacer una agricultura de grandes superficies. Y si se hace de manera responsable, si se tienen en cuenta las necesidades de la población y del país, es perfectamente posible hacerla a beneficio de los habitantes.

Pero aquí de lo que se trata es de usurpación de tierras, ejecutada por personas que vienen de fuera, que no tienen nada que ver con el país. Es una diferencia importante: no son personas que tienen en mente, ni en su corazón, a los habitantes de la región, sino unos intereses completamente diferentes.

¿Qué dimensiones alcanza hoy este acaparamiento de tierras que llama la atención desde hace uno o dos años?

No se sabe exactamente. Se habla de una superficie igual a la de Francia. Hasta el momento, en la mayoría de los casos quienes lanzaron los llamamientos y movilizaron a los medios de comunicación eran organizaciones críticas. A raíz de ello el Banco Mundial encargó un informe, pero quienes estaban concernidos, países y personas privadas, se negaron a colaborar y no dieron información alguna referente a sus inversiones. Desde 2009 se espera este informe del Banco Mundial, pero todavía no se ha publicado, lo cual es mala señal.

«La mitad de las compras de tierras conocidas se hace en África»

Ha dicho usted que Estados y particulares compran tierras, ¿quiénes son?

Tenemos ya algunos datos obtenidos del informe del Banco Mundial. Se trata de países que tienen dificultades agrícolas o cantidades enormes de población, sobre todo en las regiones árabe y asiática, en China, pero también en países africanos, lo cual resulta interesante. Se trata además de instituciones financieras, suizas también, que compran tierras para invertir su dinero y que producen algo en ellas. Según informaciones del Banco Mundial, la mitad de las compras conocidas de tierras se hace en África, pero también en América Latina, en Rusia, hasta en Australia, que también ofrece tierras arables. En África los que ofrecen tierras son países como Sudán, Ghana y Madagascar; en Asia, Filipinas e Indonesia. Entre los compradores, los actores principales son China, en segundo lugar Gran Bretaña y después Arabia Saudí.

¿Son los propios países compradores o lo son empresas de estos países?

Existen ambas posibilidades. Puede ser una empresa conjunta entre los dos países concernidos, contratos entre el Estado inversor y el Estado que ofrece. En la mayoría de los casos no se trata de contratos de compra sino de contratos de arrendamiento a largo plazo, de 50 a 99 años.

Apenas tiene sentido hablar de precios porque los precios de la tierra en África no son comparables a los que se utilizan en Suiza. En la Oficina Federal de la Agricultura me han dicho que los precios son unas cuarenta veces más bajos.

Lo ha confirmado Grain, una de las instituciones más activas, pero teniendo en cuenta el hecho de que según el Banco Mundial están en juego 50.000 millones de dólares, y según Grain 100.000 millones, está claro que existen grandes beneficios; quizá también exista un riesgo, pero sobre todo existen beneficios. Hay que estar atento a lo que pasa, por ejemplo, cuando se atribuyen a un inversor 1,5 millones de hectáreas de tierras de Sudán por un plazo de 99 años. En ellas se cultiva trigo, pero no para la población sudanesa, sino para Arabia Saudí, o legumbres para Jordania, o sorgo (una especie de mijo, que además es el principal alimento de Sudán) para alimentar a los camellos de los Emiratos Árabes Unidos. ¡Es una auténtica locura!

«Camiones que transportan productos alimentarios al extranjero se cruzan con los habitantes hambrientos»

Es decir, ¿camiones que transportan productos alimentarios al extranjero se cruzan con los habitantes hambrientos?

Imagine usted que esto ocurre en Darfur donde hay dos millones y medio de personas en los llamados campos de refugiados: ahí es donde se mira el absurdo de frente. Otro ejemplo es Sierra Leona, un país que ha vivido una guerra civil espantosa durante mucho tiempo. Addax Bioenergy, una empresa con sede en Suiza, produce ahí biocarburantes para Europa. Cuando se conoce el estado en el que se encuentra Sierra Leona, un país pequeño superpoblado que todavía no se ha restablecido de los desórdenes de la guerra, entonces hay que darse cuenta de que se están produciendo [biocarburantes] para hacer funcionar nuestros coches en un país en el que la población padece hambre de productos agrícolas.

¿Quién arrienda los terrenos, las elites locales?

Se han hecho estudios para comprender cómo se toman semejantes decisiones. Tomemos el ejemplo de Kenia. El emir de Qatar firmó ahí un acuerdo con el presidente Mwai Kibaki concerniente a la venta de tierras en una de las regiones más fértiles, el delta del río Tana. En el fondo, la situación de los medios de comunicación en Kenia es buena, hay periodista que investigan, pero no se sabe nada, sólo hay silencio. Esto quiere decir que se toman decisiones en un círculo pequeño de personas que se aprovechan de ello. Etiopía es un segundo ejemplo con un gigantesco proyecto de tres millones de hectáreas que ya están cercadas.

Esto equivale casi a la superficie de Suiza.

¡Es enorme! Y cuando se sabe que en Etiopía decenas de miles de personas reciben diariamente ayuda alimentaria y ello desde hace años, entonces hay que decirse que hay algo anormal en ello.

Así pues, es de suponer que hay personas que obtienen enormes beneficios. Si en Suiza el Consejo Federal quisiera vender a Qatar una superficie tan grande como el cantón de Thurgovia, habría dificultades porque aquí existen libros catastrales. Se sabe que esta tierra pertenecía antaño a mi abuelo y que ahora es mía. Los derechos regulados por el código civil están bien reglamentados. ¿Acaso en África faltan tales reglamentos o es que los gobiernos exceden simplemente lo que es legal?

Desgraciadamente, es esta segunda suposición la que es el caso. Existen leyes que provienen de épocas antiguas. Con mucha frecuencia el país pertenece al Estado y existen muchos mecanismos para definir quién distribuye qué parte del país. En Kenia, por ejemplo, son aproximadamente cinco familias las que poseen casi el 40% de las tierras arables, porque el Gobierno que ha atribuido las tierras se las ha atribuido primero a sí mismo. Después hay también tierras comunales que son atribuidas por la administración inferior. Hay incluso leyes comunales que estipulan el derecho de cada uno a poseer la tierra. Pero al final, cuando se ha negociado un contrato con el extranjero, el Primer Ministro etíope ya no consulta a nadie. El dinero fluye a las arcas del Estado o del partido que está en el poder, es lo único que cuenta. No se pueden agotar los medios legales. Desde el punto de vista legal, más bien habría que activarse en relación con los actores de las empresas y de los Estados que compran tierras, para tratar de controlarlos. La Unión Europea y la ONU tratan de elaborar reglas para estas apropiaciones de tierras, porque si se actuara de manera responsable, estas inversiones agrícolas podrían resultar positivas y proporcionar un beneficio a las poblaciones.

Sí, porque, efectivamente, en África existe una reserva de tierras y las condiciones son relativamente malas para los campesinos. En todo caso, en determinados lugares las personas concernidas se defienden, protestan en las calles. Por ejemplo, en Madagascar derrocaron al gobierno después de un negocio semejante.

Sí, se dice que ésta fue la razón principal de que el gobierno fuera derrocado. El ex presidente Ravalomanana había arrendado más de un millón de hectáreas a la sociedad surcoreana Daewoo sin consultar a nadie. Dicho esto, hay que recordar que semejante contrato de arrendamiento siempre supone que hay que desplazar a las personas porque no existen tierras deshabitadas, salvo quizá el desierto. La oposición del pueblo en Madagascar tenía claramente este origen. Pero cuando he buscado otros ejemplos en los que la población se haya defendido, la imagen ha resultado ser más bien sombría. Cuando los campesinos tratan de cooperar entre sí, se les lanza a unos contra otros. En Kenia, por ejemplo, una sociedad estadounidense, Dominion, acaba de comprar tierras a las orillas del lago Victoria. Los campesinos tienen derechos sobre estas tierras y se niegan a venderlas. Entonces se les enfrenta a unos contra otros. Es cuestión de tiempo hasta que Goliat gane a David. Así, en la medida en que yo puedo juzgar, la resistencia es pequeña en las regiones concernidas. Lo que más bien se está formando es una resistencia internacional.

¿Ve usted alguna posibilidad de crear una situación en la que ganen ambas parte, en la que se diga: hace falta dinero, éste debe circular, pero las personas que viven ahí también debe beneficiarse de ello?

Soy más bien escéptico. Por ejemplo, la gran plantación Del Monte, en Kenia. Ahí se puede circular en coche durante veinte o treinta minutos a lo largo de unos campos se extiende interminablemente.

Son los productos que acaban en nuestras latas de conservas.

Exactamente. Se puede decir que hace falta mucha mano de obra, en parte temporera (lo que también supone un problema), pero lo que se produce no sirve gran cosas a los habitantes del país. Ahí es oportuno el término «seguridad alimentaria». Cuando un pequeño agricultor posee una parcela de tierra, al menos tiene suficiente para comer. Quizá esto no baste todo el año, pero tiene algo. Pero si se convierte en obrero de una explotación agrícola y no se le paga adecuadamente, y si además los precios de los alimentos aumentan –y ésta ha sido una de las consecuencias de la oleada de apropiaciones de tierras– la desventaja es doble. Las plantaciones intensivas de flores necesitan tal cantidad de agua que los agricultores afirman: «Desde que se ha desviado el agua del río para el cultivo de flores, simplemente ya no tenemos agua». Ha descendido el nivel de la capa freática, la agricultura depende enteramente de la lluvia. El Informe sobre la agricultura mundial de 2008 demuestra que desde el punto de vista del cambio climático, el fomento de la pequeña agricultura local es mucho más aceptable que la agricultura industrial.

¿No le parece a usted que el agua es uno de los aspectos principales?

Sí, desde luego. Actualmente el agua es en todas partes un recurso que escasea rápidamente. Una granja enorme con decenas de miles de hectáreas necesita tal cantidad de agua que los pequeños agricultores tienen cada vez más dificultades para conseguir suficiente agua.

Estos problemas existen incluso en Europa, por ejemplo, en España. Al principio de esta entrevista usted declaró que la agricultura, tal como se debe practicar actualmente a raíz de las influencias exteriores, se encuentra en un estado bastante malo. Debe ocurrir algo, hace falta un cambio social y económico para los campesinos. ¿Ve usted posibilidades poner en marcha este proceso de manera razonable? Para ello también hace falta dinero.

No existen sólo inversores capitalistas, también hay gobiernos occidentales que están dispuestos a contribuir para mejorar la situación de la agricultura poco desarrollada en África o en otros lugares. Creo que también las organizaciones internacionales podrían poner a disposición el dinero necesario. Una vez más la dificultad es encontrar gobiernos responsables que piensen en el pueblo y no en su propio clan. Malawi es un caso muy particular: es un país pequeño del África austral que se ha negado a continuar siguiendo unas reglas [del Banco Mundial] que eran no ayudar a los campesinos. Desde hace varios años, el Estado apoya a los campesinos y desde entonces la población tiene suficiente para comer. Antes, siempre necesitaban ayuda alimentaria. Últimamente he leído que aunque la cosecha había sido mala y la lluvia escasa, la producción era suficiente para alimentar a todo el país. La razón es muy clara: el Gobierno ayuda a los campesinos. Para ayudar no es necesario poner dinero en los bolsillos de la población, sino darles préstamos para que puedan comprar nuevas semillas o nuevos abonos después de la cosecha para que puedan comenzar con los nuevos cultivos. Podrán reembolsar estos préstamos más adelante. Ayuda no significa necesariamente ofrecer algo a los campesinos, sino hacer posible su existencia.

Texto en francés : http://www.mondialisation.ca/index.php?context=va&aid=19969

Traducido del francés para Rebelión por Beatriz Morales


Articles by: Emil Lehmann

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