El mensaje de China en Davos
La experiencia china en el proceso de modernización iniciado con la reforma y apertura a finales de los años setenta es hoy objeto de estudio en todo el mundo. En los países en desarrollo, algunos aspectos de esa transformación son tenidos especialmente en cuenta. Ahora China se encuentra en otra fase, trazando los vectores de un nuevo modelo de desarrollo que no solo asegure el crecimiento sostenible de la economía sino el impulso hacia una sociedad más equilibrada y con mayor bienestar. Este proceso genera dudas, tensiones e incertidumbres y es indispensable que se materialice de forma gradual como también transparente y con un sistema de gobernanza mejorado.
El mundo en su conjunto, al igual que China, también precisa un nuevo modelo de desarrollo. Su esencia es la corrección de los efectos indeseados de la globalización. El Informe sobre Riesgos Mundiales 2017 del Foro Económico Mundial, una entidad poco sospechosa de simpatía con los movimientos antiglobalizadores, reconoce los importantes efectos negativos del acelerado proceso vivido tras el fin de la guerra fría. Las tendencias a la polarización, la desigualdad y los desequilibrios pueden acentuarse con los graves retos ambientales y las consecuencias en el empleo del nuevo impulso de la robótica.
No puede decirse que no exista conocimiento a nivel global sobre esta situación. Otra cosa es que exista plena conciencia de su significación. Múltiples voces cualificadas han alertado reiteradamente sobre estos fenómenos. Pero al igual que acontece con el medio ambiente, a menudo se infravaloran los efectos. No basta con limpiar después de manchar como tampoco es aconsejable una eficacia económica que prescinda de la justicia social. Despreciar estos factores siembra las bases de crisis políticas de consecuencias imprevisibles. Postular la inevitabilidad de cuanto suceda en función de la inexistencia de alternativas sistémicas al orden vigente constituye una irresponsabilidad flagrante. Este no es el mejor de los mundos posibles.
Los déficits en la gobernanza global, solo ligeramente corregidos tras el estallido de la crisis financiera de 2008, dificultan una acción concertada para encarar los mayores desafíos. Se han producido avances tanto en el diseño de la arquitectura (el propio G20) como en ámbitos parciales (como el Acuerdo de París) pero son en exceso frágiles si los comparamos con la magnitud de los retos que enfrenta la sociedad internacional.
La presencia del presidente Xi Jinping en el Foro de Davos puede poner sobre el tapete el modelo de globalización que China defiende. Con similitudes y diferencias, China y el mundo transitan por procesos paralelos. Contraria al proteccionismo comercial que hoy sirve de refugio ante los temores que suscita el inmediato futuro, Beijing, la segunda economía del mundo, tiene ante sí la oportunidad de plantear alternativas que lideren esa transición hacia un orden global más inclusivo.
El primer paso para una mejor gobernanza es la adecuación de la representatividad, un imperativo democrático que debiera imponerse a las ambiciones y resistencias hegemónicas. Es urgente mejorar el nivel de la gobernanza global perfeccionando las estructuras y mecanismos que pueden aportar soluciones a estos desafíos. El mundo ha experimentado una enorme transformación en las tres últimas décadas pero sus herramientas de gestión no han evolucionado en paralelo.
El riesgo de agravamiento del malestar social producto de una profundización de las tendencias negativas de los últimos años y la conjunción de tensiones internas en las principales economías del planeta reclaman una inyección de sabiduría, solidaridad y confianza. La comunidad de destino compartido que China ha convertido en la marca principal de su estrategia diplomática nos recuerda que el mundo es nuestra casa común. Ese es el mensaje. Falta que todos lo entiendan.
Xulio Ríos
Xulio Ríos: Director del Observatorio de la Política China.