Egipto: nueva etapa en la revolución árabe
Tras el pueblo tunecino, más de un centenar de ciudadanos egipcios ha pagado con su vida para que su país tenga una oportunidad de liberarse de un régimen dictatorial y corrupto. El proceso revolucionario iniciado el 17 de diciembre de 2010 en Sidi Bouzid, Túnez, y que consiguió sacar del poder a Zine el Abidine Ben Ali un mes más tarde es el mismo que inspira a Egipto desde la jornada histórica del 28 de enero. El movimiento, que pese a la ferocidad de la represión se extiende por todo Egipto, tiene una sola consigna: “el pueblo quiere la caída del régimen”. Al cuarto día de protestas, la llama prende mecha: las manifestaciones para exigir que el dictador Mubarak abandone el poder después de 30 años se extienden por todo el país. Una vez tomada la vía revolucionara abierta por las clases populares y los jóvenes en Túnez, nada parece poder detener la revuelta en marcha. Las calles de Egipto se inflaman.
A sus 82 años, Hosni Mubarak, el aliado más próximo de Estados Unidos en los países árabes, ha repetido el funesto error de Ben Ali al ordenar a la policía reprimir duramente las manifestaciones, con la esperanza de aplastar desde un inicio la revolución que se anuncia. Al mismo tiempo, internet es censurada por completo y el gigante de las telecomunicaciones Vodafone confirma que las empresas de telefonía móvil acatan sumisamente la orden de cortar todas las comunicaciones. Impresiona constatar cómo, desde el momento en que se ponen al servicio de la revolución, las nuevas tecnologías de comunicación pueden cortarse totalmente y de inmediato a escala de toda una nación.
En la capital, el metro está cerrado; dos comisarías y la sede del partido demócrata nacional (PND) en el poder han sido incendiadas. Según informa Associated Press, el Ministerio de Asuntos Exteriores habría sido tomado por los manifestantes. En Alejandría es la sede de gobernación, un símbolo del régimen, la que ha sido pasto de las llamas. La represión se ha extendido también a varios corresponsales de la prensa extranjera. Al mismo tiempo que se convocaba al ejército para acudir en apoyo de la policía, se decretaba el toque de queda, que no ha sido respetado: el pueblo ha tomado las calles. En medio de una confusión total, las masas avanzan entre columnas de tanques y algunos policías y conductores de vehículos blindados se unen a los manifestantes, que bailan sobre los tanques (!).
Internet no es más que una herramienta y no debe desviar nuestra atención del verdadero motivo de esta revuelta: las ansias de acabar con un régimen despótico de dominación imperialista para satisfacer al fin las aspiraciones de la población. Se trata de un país rico: malvende sus recursos para pagar una deuda que no ha beneficiado a la población. Al contrario, ha servido para financiar la represión durante tres decenios de dictadura y para enriquecer a las elites próximas al poder y a los acreedores. Los préstamos han sido desviados en gran parte por la elite corrupta del país, con pleno conocimiento de causa de los prestatarios, que participan de la responsabilidad. Los bienes de Mubarak, al igual que los de Ben Ali, quien se ha dado a la fuga, son bienes adquiridos de forma ilegítima que deben ser restituidos al pueblo.
Desde que Mubarak se convirtió en Presidente en 1981, tras el asesinato de su predecesor, Anouar el-Sadate, el pueblo de Egipto ha reembolsado el equivalente a 65.500 millones de dólares en concepto de deuda externa. Sin embargo, durante el mismo periodo, la deuda no ha cesado de aumentar, pasando de 22.000 a 33.000 millones de dólares. La deuda contraída por el régimen de Mubarak es, en su mayor parte, odiosa: conforme al Derecho Internacional, es nula y no tiene validez. Debería, pura y simplemente, repudiarse. Para ello, los poderes públicos, bajo control ciudadano, deben realizar una auditoría de la deuda acompañada de una serie de reembolsos sin penalizaciones por demora, a fin de determinar con exactitud a quién han beneficiado los distintos préstamos contratados, y anular la parte ilegítima de la deuda.
Tras décadas de silencio y de cooperación militar y comercial, los dirigentes de las grandes potencias han llamado a respetar los derechos humanos fundamentales. La Secretaria de Estado de Estados Unidos, Hillary Clinton, tras haber defendido la estabilidad del régimen, se inquieta por el cariz que están tomando los acontecimientos: “Estamos muy inquietos por los acontecimientos en Egipto. Es preciso respetar los derechos fundamentales, contener la violencia y restablecer la libertad de comunicaciones”. Pero ¿por qué no se alzaron estas mismas voces cuando se amordazaba al pueblo, se silenciaba a los medios de comunicación no afines y se encarcelaba a la oposición?
Además de ser un fiel aliado económico de Estados Unidos, Egipto es un importante pilar geoestratégico para garantizar el orden establecido en los países árabes y la estabilidad regional de cara a Israel. Para el Vicepresidente Joseph Biden: “Mubarak ha sido nuestro aliado para normalizar las relaciones con Israel; yo no lo calificaría de dictador”. Estas declaraciones ocultan mal la voluntad de proteger los intereses económicos y estratégicos en la zona. Los números no engañan: el ejército egipcio se financia a través de subvenciones estadounidenses (1.300 millones de dólares en 2010) para mantener a la oligarquía represora en el poder.
La caída del régimen de Mubarak, como el de Ben Ali, no es un fin en sí misma. Debe ser el primer paso para un profundo cambio: el pueblo ha salido a la calle y ha mostrado que quiere tomar el destino en sus manos. Ahora hay que adoptar numerosas decisiones con rapidez: interrupción del reembolso de la deuda y auditoría de la misma de cara a repudiarla, profundas reformas económicas para garantizar un reparto equitativo de la riqueza, desarrollo de sectores vitales (sanidad, educación, transportes públicos, vivienda…), respeto absoluto de los derechos fundamentales. El camino es largo, pero la caída de Mubarak lo hará al fin posible.
Fathi Chamkhi, Raid Attac/CADTM Túnez
Jérôme Duval, Patas Arriba/CADTM España
Damien Millet, CADTM Francia
Sophie Perchellet, CADTM Francia