Doce años después de la invasión de Iraq: Oriente Próximo se sume en guerra
Casi todo Oriente Próximo se sume en guerra con el lanzamiento de una intervención militar en Yemen aprobada por Washington, una situación sin precedentes salvo las dos guerras mundiales del siglo XX.
Los medios de comunicación y los grupos de reflexión estadounidenses, por no mencionar los supuestos aliados de Washington en Europa, critican «la incoherencia estratégica» de la política estadounidense.
Afirmar que las contradicciones que minan la política exterior estadounidense en Oriente Próximo son flagrantes es un eufemismo.
En Yemen el gobierno Obama apoya firmemente– con ayuda logística, armas (incluidas las bombas de racimo) e información sobre el objetivo – una intervención emprendida por Arabia Saudí, las demás petromonarquías sunníes y el régimen egipcio del general Abdel Fattah al-Sisi.
Esta coalición de dictaduras y de tiranos coronados declara la guerra al país más pobre del mundo árabe. Bombardeando ciudades y masacrando civiles quieren contener la influencia del Irán, que ha proporcionado apoyo a los rebeldes huti chiíes zaydistas* que derrocaron al presidente Abd Rabbuh Mansour Hadi, un títere instalado por Washington y Riyad.
En Iraq los aviones de guerra estadounidenses bombardean Tikrit, la ciudad natal del presidente iraquí destituido y asesinado Sadam Husein, ciudad controlada actualmente por el Estado Islámico (EI). Esta operación aporta apoyo aéreo al asedio de la ciudad llevado a cabo mayoritariamente por milicias chiíes que operan con el apoyo de Irán.
El Pentágono afirma que efectúa estos ataques aéreos a condición de que se retiren estas milicias, algunas de las cuales lucharon contra la ocupación estadounidense de Iraq, pero está claro que lo hacen únicamente para salvar las apariencias. Las milicias chiíes siguen siguen siendo la principal fuerza de combate sobre el terreno.
Mientras tanto, al otro lado de la frontera en Siria, Washington tiene una política aparentemente contradictoria. Por una parte, arma y forma milicias para derrocar al presidente Bachar al-Assad, cuyo aliado más cercano es Irán; por otra, emprende ataques aéreos contra el EI y el Frente al-Nosra afiliado a Al-Qaeda, dos de los principales oponente armados al régimen de Assad.
Paralelamente, el secretario de Estado estadounidense John Kerry se encuentra en Suiza para negociar la última oportunidad de un acuerdo con Irán que limitaría su programa nuclear a cambio del levantamiento (parcial) de las sanciones económicas impuestas por Washington y sus aliados europeos. El fracaso de este acuerdo podría marcar un giro hacia una agresión militar estadounidense de Irán. Su éxito también podría resultar ser la preparación táctica de una guerra.
Se cumple actualmente el duodécimo aniversario de la guerra emprendida por el gobierno Bush contra Iraq. En aquel momento Bush afirmó que emprendía esta guerra de agresión para eliminar las «armas de destrucción masiva» y la amenaza que suponían las relaciones entre Sadam Husein y Al-Qaeda. Ambas afirmaciones eran falsas, no había ni armas ni relaciones con Al-Qaeda, salvo la hostilidad mutua entre el régimen laico de Bagdad y el grupo terrorista islamista.
Al mismo tiempo, Bush describía la intervención estadounidense como una misión liberadora para llevar la «democracia» a Iraq y a otros países. «El establecimiento de un Iraq libre en el centro de Oriente Próximo será un acontecimiento decisivo en la revolución democrática mundial», proclamó al inicio de la ocupación estadounidense.
Es innegable que la ocupación estadounidense ha sido un «acontecimiento decisivo». Las masacres que siguieron a este acontecimiento decisivo costaron la vida a más de un millón de iraquíes, [la ocupación] destruyó además la economía y la infraestructura social del país y provocó unas encarnecidas luchas sectarias entre chiíes, sunníes y kurdos, mientras que Washington trataba de dividir a la población para controlarla mejor.
La guerra ha sido una catástrofe para Iraq y una debacle para Estados Unidos. Costó la vida a 4.500 soldados estadounidenses e hirió a otras decenas de miles, además de dilapidar miles de millones de dólares, y creó unas condiciones sociales y políticas que han permitido al EI (una emanación de Al-Qaeda) conquistar un tercer país, mientras que antes de la invasión de 2003 en Iraq no había habido una presencia islamista significativa.
La guerra en Iraq debilitó profundamente toda la región. Washington aceleró este proceso emprendiendo unas guerras por procuración en Libia y Siria, apoyando a las milicias islamistas vinculadas a Al-Qaeda para derrocar los gobierno laicos de Gadafi y Assad con el fin de sustituirlos por títeres de los estadounidenses. De igual modo, estas guerras se han transformado en debacles sangrientas que han costado cientos de miles de vidas y han devastado ambos países.
No queda nada de los pretextos utilizados por el gobierno Bush para justificar la guerra hace 12 años. Tampoco el gobierno Obama puede pretender de manera creíble que sus guerras agresivas en Oriente Próximo (vinculadas a milicias sectarias y terroristas, a monarquías y dictaduras militares) constituyan una «guerra contra el terrorismo» o una cruzada por la democracia.
La Casa Blanca ni siquiera trata de explicar estas operaciones al pueblo estadounidense y menos aún de conseguir que las apoyen. En el caso del apoyo de Washington a la guerra en Yemen, su explicación consiste en una «lectura» de una conversación telefónica entre Obama y el rey Salman bin Abdulaziz al-Saud en la que el presidente estadounidense afirmó su «sólida amistad» con la despótica monarquía, su «apoyo» a su intervención y su «adhesión a la seguridad de Arabia Saudí».
Tras esta política temeraria, ad hoc y sin aparente relación con el imperialismo estadounidense en Oriente Próximo sigue habiendo una constante: la agresiva continuación de la hegemonía estadounidense en Oriente Próximo y sus vastas reservas de energía.
La estrategia elaborada desde la disolución de la Unión Soviética en 1991, el que Washington pudiera seguir utilizando su inigualada potencia militar para proseguir con sus intereses mundiales, no ha hecho sino arraigarse más a medida que el peso relativo y la influencia económica del capitalismo estadounidense han seguido disminuyendo.
Se vislumbra el resultado de esta política en la implicación de casi todos los países de Oriente Próximo en una u otra guerra y la amenaza palpable de que estos conflictos se transformen en una conflagración regional que, a su vez, podría provocar una tercera guerra mundial.
Bill Van Auken
* El zaydismo es otra rama chíi más moderada (N. de la t.)
Fuente: https://www.wsws.org/fr/articles/2015/avr2015/pers-a01.shtml
Douze ans après l’invasion de l’Irak: Le Moyen-Orient sombre dans la guerre
Traducido del francés para Rebelión por Beatriz Morales Bastos.