Democracia al estilo canadiense

 Dada la neo-realpolitik de Canadá en el plano internacional, es de esperar que en este país los asuntos de política interna también siguieran esa misma lógica. En el pasado Canadá parecía encarnar un colonialismo menos agresivo que el de los EE.UU. o Australia en lo que respecta al trato con las comunidades nativas. John Ralston Saul (ensayista canadiense y presidente de la asociación mundial de escritores PEN) defiende la “originalidad del proyecto canadiense” desde donde se rechazaba el proyecto Iluminista de Europa y los EE.UU., basado en la racionalidad secular y la revolución liberal. Canadá nunca fue un Estado-Nación monolítico, sino más bien un Estado basado en el consenso, que incorporó la filosofía de los pueblos nativos como parte de su propia naturaleza. Esto se potenció con la política canadiense abierta a la inmigración, que hizo más necesaria una ética multicultural e “intercultural.”

Canadá nunca buscó construir una identidad homogénea a partir de la fusión de las diversas identidades existentes. Los canadienses siempre se han enorgullecido por no poseer un chauvinismo al estilo norteamericano. En Europa, aunque formalmente multicultural debido a su necesidad de mano de obra barata inmigrante, los antiguos nacionalismos imperialistas aún perviven.

Saul sostiene que Canadá no fue “fundada” como una nación moderna en 1867 sino en 1701, con el Gran Tratado de Paz de Montreal firmado entre Nueva Francia (colonia francesa en territorio norteamericano) y las 40 Naciones Nativas Americanas de Norte América. Este acuerdo, alcanzado luego de negociaciones llevadas adelante según las normas diplomáticas de los pueblos nativos, buscaba acabar con los conflictos étnicos. Pero las disputas entre los firmantes estallaron mientras Francia pasaba a ser árbitro del litigio. El paradigma era la confederación de las tribus, el consenso, el círculo de los pueblos originarios, el “comer del mismo plato.” Este acuerdo diplomático continúa siendo válido y reconocido como tal por los pueblos nativos que lo firmaron en 1701.

Los franco-canadienses son en su mayoría descendientes de inmigrantes que llegaron al país antes de la Revolución Francesa. Asimismo, los anglo-canadienses se opusieron a la Revolución Norteamericana (una revuelta de comerciantes contra la corona británica). El resultado de esto fue la consolidación de una mentalidad colonial en Canadá y la constante voluntad de sus elites conservadoras (la Confederación, Borden, Mulroney y Harper) para someterse a las potencias imperialistas de Gran Bretaña/EE.UU. La única excepción fue Diefenbaker, quien desafió al imperio norteamericano al no permitir la instalación de armamento nuclear en suelo canadiense. Pero Diefenbaker fue pisoteado por el “garante de la libertad” John Fitzgerald Kennedy y por el propio paladín canadiense de la bondad, el Premio Nobel de la Paz Lester Pearson.

Tristemente, esta contradicción heredada del conservadurismo colonial canadiense ha significado que la continuidad con los días en que la voz de los pueblos originarios era respetada (dado que eran sus tierras las que los blancos pretendían expropiar, aunque fuera de forma pacífica) hoy se haya visto rota de manera oficial. Así lo demuestra la nueva ley conocida como Bill-C45 (una medida que impone nuevos impuestos a los pueblos originarios y en la práctica es un intento por arrebatarle las tierras que todavía poseen), así como las campañas políticas y mediáticas realizadas contra la resistencia de los pueblos nativos.

Los pueblos originarios no sólo deben enfrentar la presión gubernamental para que renuncien a sus derechos, sino también el abuso de aquellas instituciones que supuestamente están para protegerlos. Los programas educativos residenciales pretendieron asimilar por la fuerza a los niños de los pueblos nativos eliminando sus lenguas y tradiciones para reemplazarlas por la educación moderna (o “posmoderna”). Este atropello fue expuesto públicamente en los años recientes, al punto que el Primer Ministro Harper debió realizar una disculpa oficial por los actos de su gobierno. Pero los ultrajes contra los pueblos originarios no acaban allí. Human Rights Watch ha revelado numerosas denuncias contra la Policía Nacional de Canadá por los abusos sexuales cometidos contra mujeres y niñas de los pueblos originarios de la Columbia Británica.

El movimiento de protesta Idle No More (Se Acabó la Inacción), encabezado por activistas originarios al cual se han sumado otros canadienses que se oponen a la agenda de los Conservadores, está estableciendo alianzas con otros grupos similares en los EE.UU. que también se oponen a la agenda neoliberal. Durante la marcha “Avanzar sobre el Clima” realizada en febrero en la ciudad de Washington, Jacqueline Thomas, Jefa de la Primera Nación Saikus, advirtió que la construcción del oleoducto Keystone XL amenaza no sólo a las comunidades originarias que habitan en los territorios donde se desplegaría su trazado, sino a la infinidad de ecosistemas que serán invadidos por esta obra (lo que es equivalente a las invasiones militares imperialistas alrededor del mundo). En su discurso Thomas sostuvo: “Cuando nos hacemos cargo del cuidado de la tierra, la tierra nos cuida a nosotros.”

Harper, el perro de caza canadiense

El Primer Ministro Harper se está apoyando en la antigua buena reputación canadiense para llevar al país hacia el nuevo rol de bravo perro de caza al servicio del imperio. En su discurso realizado en la convención del G-20 de 2009 llevada a cabo en Pittsburgh, EE.UU., Harper sostuvo: “Canadá se ubica en un lugar muy especial en el mundo. Somos el único de los países desarrollados que no se considera responsable por la actual crisis financiera. Somos el único país en el mundo donde todos desearían estar.” Según el Primer Ministro canadiense las otras naciones integrantes del G-20 “desearían ser una economía desarrollada avanzada con todos los beneficios que conlleva para sus ciudadanos y al mismo tiempo no ser causante o haber contribuido a generar esta crisis. No tenemos una historia colonialista. En Canadá tenemos todo aquello que tantas personas admiran de las grandes potencias, pero ninguna de las cosas que los amenazan o molestan.”

Harper debería leer un libro de historia menos tendencioso. Canadá  representa el éxito de la historia colonial por excelencia, y continúa siéndolo. En la mayoría de las colonias, la India por ejemplo, un pequeño número de europeos gobernó sobre las mucho más numerosas poblaciones originarias. Con el fin de extraer ganancias de las colonias, los europeos necesitaron explotar el trabajo de los pueblos que conquistados.

El colonialismo en Canadá tomó la forma del colonialismo colonizador (como EE.UU, Australia o Israel). Según describe el analista David Camfield “El colonialismo colonizador tuvo lugar cuando los colonizadores europeos se establecieron permanentemente en las tierras de los pueblos originarios. Los colonos se apropiaron por la fuerza de esos territorios de las poblaciones nativas, que incluso superaban ampliamente en número a los colonos.” El colonialismo colonizador destruyó las culturas que crecieron en relación con esas tierras eliminando definitivamente las sociedades originarias.

Lo que quedó de los pueblos nativos, con sus diversos modos de vida, terminó siendo borrado por el sistema legal. Estos pueblos han intentado desesperadamente mantener con vida los tratados originales, aun cuando esos acuerdos, que incluyen no pocas “lagunas jurídicas,” se han ido desintegrando con el paso del tiempo. Asimismo, los pueblos originarios también debían cuidarse de las represalias por intentar defenderse. Cindy Blackstock vocera e integrante de uno de los pueblos nativos pasó más de cinco años luchando para que el gobierno de Ottawa se haga responsable por un déficit en la financiación del bienestar de los niños de pueblos originarios que viven en las reservas. A raíz de esta lucha Blackstock se vio acosada por el aparato de inteligencia del gobierno que buscaba desacreditarla, tal como lo confirmó una sentencia del Tribunal Canadiense de Derechos Humanos.

De manera similar, los canadienses (blancos) que luchan contra el rol neocolonial de Canadá en el extranjero también han sido perseguidos. Gary Peters, australiano radicado en Canadá, fue encontrado culpable de complicidad por “crímenes de lesa humanidad.” Cyndy Vanier fue acusada de formar parte de una organización criminal que falsificaba documentos para ayudar al hijo del presidente derrocado de Libia, Saadi Gadafi a escapar de su país en 2011.

Canadá representa el éxito consumado del colonialismo. Ahora se ha movido silenciosamente hacia el papel posmoderno de “defensor de los derechos humanos.” No lo han hecho mediante la promoción y financiamiento de ONG, sino a través de la invasión, la explotación y/o el engaño, tanto dentro como fuera de sus fronteras. Esto no debería ser una sorpresa, dado que los indicadores de éxito en la economía y la política no son la equidad y el consenso, sino las ganancias y los sistemas para mantener bajo control a las mayorías.

La propia tradición democrática canadiense ha sido pisoteada una y otra vez por Harper, quien renovó su cargo en el Parlamento en dos oportunidades. Esto lo convirtió en el primer mandatario encontrado culpable de desconocer al parlamento e ignorar flagrantemente la libertad de expresión amordazando a los experimentados burócratas, reteniendo y modificando documentos oficiales y lanzando ataques personales contra quienes osaran denunciarlo. En la actualidad se está llevando a cabo una investigación para desnudar el fraude perpetrado por los Conservadores en las últimas elecciones.

Que esta realidad continúe siendo promocionada como el éxito histórico de Canadá como proyecto es una muestra lamentable de nuestra realidad posmoderna, donde la verdad sólo se encuentra en el ojo del observador, y la opinión pública no es otra cosa que aquello que está moldeado por “los que controlan las palabras.”

Eric Walberg

canadaleafDemocracy Canadian-style, 28 de Febrero de 2013

Traducido por PIA

 


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Articles by: Eric Walberg

About the author:

Canadian Eric Walberg is known worldwide as a journalist specializing in the Middle East, Central Asia and Russia. A graduate of University of Toronto and Cambridge in economics, he has been writing on East-West relations since the 1980s. He has lived in both the Soviet Union and Russia, and then Uzbekistan, as a UN adviser, writer, translator and lecturer. Presently a writer for the foremost Cairo newspaper, Al Ahram, he is also a regular contributor to Counterpunch, Dissident Voice, Global Research, Al-Jazeerah and Turkish Weekly, and is a commentator on Voice of the Cape radio. Eric Walberg was a moderator and speaker at the Leaders for Change Summit in Istanbul in 2011.

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