Corbyn no debe pagar por los pecados de Blair, Brown y el Nuevo Laborismo
La avalancha de solicitudes a favor de la dimisión de Jeremy Corbyn después de las elecciones parciales de finales de febrero en Stoke y Copeland era tan predecible como premeditada. Lo dice todo sobre la agenda política de los medios de comunicación. De lo que nadie habla es de lo que está viviendo la gente y de sus necesidades reales.
Unos días antes de la votación visité Stoke y Whitehaven, en Cumbria. El grupo Momentum había organizado unas proyecciones de mi películ Yo, Daniel Blake. Estuvimos en clubes del Partido Laborista en lugares olvidados, viejas zonas alejadas de los centros urbanos. En uno de ellos me preguntaron: “¿Por qué has venido? Nadie viene a este lugar”.
Joe Bradley y Georgie Robertson, los organizadores de la proyección, eran un modelo para el resto de activistas del Partido Laborista: llenos de energía, diligentes y con una eficiencia increíble. Para todos tenían un recibimiento cálido, verificaban las instalaciones para las proyecciones, dejaban lugar para los colaboradores locales de forma que la gente de la comunidad se apropiara del evento y se sintiera escuchada. Así es como el laborismo puede volver a conectar con la gente.
En las dos proyecciones se llenó la sala. Hubo debates acalorados, fundamentados y estimulantes, una diferencia abismal con relación a los gastados clichés de la conversación pública de nuestros días. No fue un ejercicio de mercadotecnia, sino un compromiso verdadero con la gente y sus preocupaciones.
El fracaso de los gobiernos laboristas y, lo que es más importante, el de los concejales laboristas fue uno de los temas de debate. Se podía ver fácilmente el abandono que sufría Stoke. Todos eran laboristas de pura cepa, claro, pero ¿de qué les había servido? Según un informe de 2015, 60.000 personas de la región viven en la miseria, 3.000 hogares dependen de los comedores de beneficencia y la deuda municipal es de 29 millones de euros. La presencia del Partido Nacional Británico (BNP) en la zona, luego reemplazado por el Ukip, demuestra cómo el fracaso de los laboristas ha dejado espacio a la extrema derecha.
En Copeland, la historia es más de lo mismo. Industrias como la siderúrgica, la minera y la de productos químicos se han perdido y no hay ningún plan para reemplazarlas. A los ojos de la mayoría, los laboristas son tan culpables como los conservadores. Como alguien me dijo, el voto de Copeland fue contra los grupos de poder, y allí el grupo de poder está representado por los laboristas. Un voto en contra de Tony Blair, de Gordon Brown y de los dos ex diputados Jack Cunningham y Jamie Reed.
En las dos circunscripciones, los candidatos laboristas (ninguno venía del ala izquierda del partido) fueron invitados a las proyecciones. No asistieron. Extraño, porque los eventos tenían la cobertura mediática de la televisión, la radio y la prensa. ¿Podría ser porque lo organizaba el grupo Momentum [que apoya a Jeremy Corbyn]? Estábamos ahí para brindar nuestro apoyo al Partido Laborista y ni siquiera tuvieron la delicadeza de responder.
La razón de la elección de Corbyn
Hagamos las verdaderas preguntas: ¿Cuáles son los grandes problemas que enfrenta la gente? ¿Cuál es el análisis y el plan de los líderes del Partido Laborista? ¿Por qué parecen ser tan poco populares los laboristas? ¿Quiénes son los responsables de las divisiones dentro del partido?
Los problemas son conocidos pero rara vez se los relaciona con el tema del liderazgo: una clase trabajadora que vive en un estado de inseguridad laboral y salarios bajos; falsos autónomos; pobreza para muchos, también entre los que tienen empleo; y regiones enteras abandonadas a su suerte. Estas son las consecuencias de la economía de libre mercado de los conservadores pero también del Nuevo Laborismo. Lo que los empleadores llaman “flexibilidad” es explotación para los trabajadores. Están desmantelando, subcontratando y cerrando servicios públicos. ¿El resultado? Ganancias para los pocos y sociedad empobrecida para los muchos. La clave de todo esto salta a la vista: los años de Blair, Brown y Peter Mandelson fueron fundamentales en el deterioro. Por eso los miembros del Partido Laborista votaron a Jeremy Corbyn.
Corbyn y su responsable de Economía, John McDonnell, hacen un análisis diferente y proponen políticas diferentes. El mercado jamás proporcionará una vida segura y digna para la gran mayoría: las necesidades que no le reportan ganancias a un capitalista serán ignoradas. Pero de forma colectiva podemos planificar un futuro seguro, usar nuevas tecnologías para beneficiar a todo el mundo, garantizar que todas las regiones se regeneren con industrias reales, reconstruir nuestros servicios públicos y la calidad de nuestra vida ciudadana. Es la visión de un mundo transformado. También, el rechazo al resentimiento, la división y el empobrecimiento que vemos en nuestra sociedad.
Las políticas de Corbyn serían un primer paso. Primero, aumentaría la inversión pública en las regiones abandonadas para proporcionar fuentes de trabajo debidamente remunerado; se financiaría por completo un servicio de salud en el que todos los trabajadores, desde el servicio de limpieza hasta los consultores, tendrían contrato directo, en el que los contratistas privados se van a la calle; se resolvería el desastre en el que se ha convertido la iniciativa de financiación privada (PFI) tan querida por el Nuevo Laborismo; se crearían viviendas sociales para resolver la crisis de las personas sin hogar en comunidades sostenibles y bien planificadas; y se volvería a dejar el transporte en manos públicas para terminar con el caos de la privatización.
Se sabe cuáles son los problemas y hay propuestas para comenzar la reconstrucción pero, ¿cómo se paga? Hay que corregir la desigualdad con la aplicación de un impuesto a las grandes fortunas y a las ganancias. También hace falta un cambio fundamental en el sistema económico para que todos “reciban el fruto de su trabajo”, como dice mi viejo carnet del Partido Laborista.
La ironía es que estas políticas son populares. En una encuesta reciente de la Coalición de la Reforma de los Medios (Media Reform Coalition), el 58% de los encuestados se oponía a la participación del sector privado en el Sistema Nacional de Salud (NHS), el 51% apoyaba que los ferrocarriles queden en manos públicas y el 45% estaba a favor de aumentar el gasto público y los impuestos a los más ricos. ¿Cómo es que nadie escuchó aún a los diputados laboristas promoviendo este plan? ¿Por qué se mantienen en silencio esos grandes hombres negándose a prestar su servicio en la oposición? ¿Están rechazando las políticas porque prefieren las políticas de privatización y austeridad del Nuevo Laborismo o permanecen en silencio para aislar a Corbyn y a sus partidarios?
Corbyn, indispensable en la ecuación
Corbyn y su pequeño grupo tienen que luchar contra los conservadores que tienen enfrente pero también con el motín silencioso que tienen detrás. Los diputados que no representan a sus votantes están ocasionando enormes daños. ¿Cómo puede ser que los medios de comunicación no los hayan puesto en el banquillo? Son ellos y los que los respaldan en el aparato del partido los que han sido rechazados.
Fue su Partido Laborista, y no el de Corbyn, el que perdió Escocia, el que perdió dos elecciones y el que ha visto cómo caía inexorablemente el voto laborista. Pero aún tienen la sensación de que son ellos los que deben dirigir. Han tolerado o apoyado el deterioro del Estado del bienestar, el abandono de las viejas áreas industriales, los recortes en los servicios públicos, las privatizaciones y la guerra ilegal en la que murió más de un millón de personas provocando el terror y la desestabilización de Irak y los países vecinos.
Si se puede sacar a Corbyn de la ecuación, será lo mismo de siempre: muy poca diferencia entre laboristas y conservadores. Para transformar la sociedad el partido también tiene que transformarse.
¿Y qué me dicen de la prensa? El maltrato de la derecha es tan encarnizado como era de esperarse. Pero se ha descubierto que los periódicos que se presentan como radicales no lo son. Tanto el periódico the Guardian como the Mirror se han convertido en los portavoces del establishment del viejo Partido Laborista. Columna tras columna, exigen la renuncia de Corbyn. Las citas de dinosaurios del Nuevo Laborismo son publicadas con placer. “Trabajo todos los días para destituir a Corbyn”, dijo Peter Mandelson en uno de esos periódicos. Un hombre que tuvo que dimitir en dos ocasiones del Gobierno envuelto en un escándalo. ¿Por qué darle tanta importancia si no es para caldear aún más el ambiente anti-Corbyn?
Los canales de televisión copian el modelo de la prensa. Según un informe, durante la campaña de reelección de Corbyn, la BBC mostró un claro sesgo al elegir a sus entrevistados: por cada uno favorable a Corbyn había dos contrarios al actual líder del Partido Laborista. La crítica es personal y tan despiadada como la que sufrió Arthur Scargill. Si se necesitaran pruebas de la fuerza de Corbyn, es su capacidad para resistir este ataque tan violento.
¿Por qué el ataque? ¿Por qué la gente de su partido que se abstiene es exonerada y él es considerado como el único responsable de la prolongada caída del Partido Laborista? ¿Será el miedo a que Corbyn y McDonnell hablen en serio? Si tuvieran un movimiento poderoso detrás, el Partido Laborista, liderado por ellos, empezaría a recortar el poder del capital, quitaría a las multinacionales los servicios públicos, restauraría los derechos de los trabajadores y empezaría el proceso de crear una sociedad segura y sustentable de la que todos participaríamos. Eso es algo por lo que vale la pena luchar. Sería el comienzo, solo el comienzo, de un largo camino.
Ken Loach
Artículo original en inglés:
Don’t blame Corbyn for the sins of Blair, Brown and New Labour, publicado el 28 de febrero de 2017.
Traducido para El Diario por Francisco de Zárate.