Argentina – Macri enfrenta sus límites

IMAGEN: El presidente de Argentina, Mauricio Macri.

La ignorancia mediática generalizada en torno de la masiva manifestación docente del jueves pasado, en La Plata, es uno de los datos específicos y simbólicos más impresionantes de los últimos tiempos.

Las columnas comenzaron a llegar a media mañana y no tardaron en hacer estallar el centro de la capital bonaerense. Ni entonces, ni durante el discurso asambleario de Roberto Baradel, ni durante el resto de la jornada, la tevé, la radio y los portales de la prensa oficialista destacaron el hecho. Tampoco lo hicieron en apartados de significación alguna. Más aun, al día siguiente sólo hablaron de un gremio endurecido y Clarín consignó en portada un título para la historia: “Los docentes hoy vuelven a clase, pero Baradel sigue en huelga”. Los trolls del PRO, en las redes, acompañaron con el hashtag #BastaBaradel, que a su vez se sumaba –en el combo con lo sucedido en Olavarría– a la estructuración de un sentido de negros-vagos-extorsionadores-kirchneristas-faloperos-ricoteros.

Sencillamente, es como si 60 a 70 mil manifestantes no hubiesen existido. También en la mañana del viernes, algunos operadores comunicacionales del macrismo se interrogaban, tan azorados como cínicamente ninguneadores de lo ocurrido en La Plata, si acaso el paro y el callejerismo docente representan a la totalidad o gran mayoría de maestros y profesores. “Y, por lo menos a la mitad se ve que sí”, pudo escucharse en esos antros de la prensa oficialista que, a regañadientes lastimosos, parecían rendirse frente a ciertas evidencias.   Volvamos necesariamente a preguntas que se formulaban desde este espacio la semana pasada. ¿Le es conveniente al Gobierno insistir con esta táctica en que todo se reduce a personalizar en Baradel el centro y periferia del conflicto, ora porque se enamoró de pelear, ora porque hay elecciones en su gremio y no puede dejar que lo corran por izquierda, y así sucesivamente? ¿Los protagonistas y usinas del macrismo repasan cómo les fue hasta acá? Dicho a grandes saltos, empezaron convocando voluntarios a dar clases para descubrirse a las pocas horas que el bienintencionado tuitero original era un servicio del PRO (como militante y como ex agente del Batallón 601). Después movieron a la gobernadora en una aparición que narrativamente fue impresentable, con una oratoria desganada en la que se conmiseró de sí misma diciendo que su único interés son los chicos y sus familias.

Y que hasta aplicó para macartear, cuando llamó a los sindicalistas a identificarse políticamente. Por último, hasta ahora, les ofrecieron mil pesos a los carneros, en admisión implícita de que los problemas presupuestarios son manejables si se trata de romper la huelga. Este aspecto es importante, más allá de sus características morales: a los indignados operarios periodísticos y ultraliberales del oficialismo, que acusan al ecosistema de maestros, trabajadores estatales, choriplanes, demagogias, por lo dramático del déficit fiscal y de un país quilombero que no ofrece seguridad a las inversiones, ¿no se les ocurre cuestionar de dónde sí puede salir la plata para que se carneree? Y de vuelta, las preguntas consecutivas que constituyen a las demás. ¿Esto expresa fortaleza oficial, en la presunción de asentar los bajos instintos de electorados gorilas y frívolos que bastarían para zafar en agosto de cara a octubre? ¿O es debilidad porque consiste en que el Gobierno no tiene otra forma de atrincherarse, si no es a través de reafirmar la grieta contra la que discursiva y eficazmente operaron en campaña?

No es un planteamiento retórico que conduciría a preferir la segunda pregunta. Nada de eso. Con una oposición dispersa, el machaque permanente de que el modelo anterior sólo fue un desenfreno de corruptos que van yendo presos y, claro que sí, el problema de que tanto adherente circunstancial de Cambiemos en 2015 deba admitir haberse equivocado a tan poco de transcurrida la gestión, podría pasar tranquilamente que la apuesta gubernamental de culpar a Cristina por todos los males de este mundo dé buenos resultados. Pero lo que seguro pasa es que no son lo mismo la fantasía de creer en los Reyes durante una campaña y la obviedad de sus consecuencias.

En política, los magos tienen corta vida. Si la CGT no quiere pero tiene que convocar a un paro general porque fue desbordada por wines varios y no por zurdos revoltosos; si las clases no terminan de arrancar; si las inversiones no llueven ni garúan; si se reunifica la CTA; si paran hasta los laburantes de la morgue; si hay el espectáculo deprimente de comercios y talleres industriales cerrados por doquier; si los mismísimos voceros oficiales admiten que la baja de desocupados mostrada por el Indec es debida a la caída por desaliento de la gente que busca empleo (en el lenguaje oficial: “refugiados en la inactividad”); si frente a las patoteadas contra Baradel se viene una Marcha Federal Educativa que reventará Buenos Aires como no se habrá visto desde el menemato; si están en efervescencia aumentada las organizaciones sociales amparadas por el Papa; si el círculo rojo le exige a Macri que deje de ser un híbrido, y simultáneamente ni el círculo ni Macri tienen espacio político para demandar y ejecutar represión abierta; si la maquinaria del sentido común porteño-clasemediero de los shows televisados ya tiene que cuidarse de preguntar por la calle cómo arreglárselas ante la jungla de vías cortadas, porque hay el riesgo creciente de la respuesta “volvé Cristina-MacriGato”, y si el mismo Macri debe asentir que “para mucha gente la economía no arrancó”, ¿la discusión es reducible al caos de tránsito en el centro de la ciudad? ¿Y a si los troscos le cascotean el rancho al secretario general del Suteba, al punto de que los medios oficialistas le dan cartel francés a su opositora interna? Esa ¿paradoja? es casi increíble: por un lado, el macrismo agita a la izquierda radicalizada y, por otro, previene que Baradel podría ser lo menos peor. Lo lisérgico de este corso a contramano es lo implícito de reconocer que la suma es la bronca. Pero no.

Hablan de parar como fuere a la impunidad sindical-piquetera, y dicen que Macri está de punta contra lo irresoluto de Rodríguez Larreta para meter fuego contra la fauna y la negrada, y entonces dicen –carácter transitivo elemental– que Macri no puede disciplinar ni a las huestes de su palo. Algo o muchísimo de eso es lo que viene advirtiéndose asimismo en los tanques más leídos y escuchados de y por el establishment mediático. La desmentida furibunda de Felipe González por la publicación, en Clarín, del interés manifestado por él en nombre de los inversionistas hacia Cristina presa, tiene una espectacularidad pocas veces vista. Es muy probable que González, en diálogo informal, efectivamente le haya dicho a Macri lo que desmiente “asombrado”. El tema no es ése, sino hasta dónde puede llegar lo imperioso de una presión corporativa como para que se viole semejante off. Por allí, por esa trama de runfleros de negociados, se inquieren cada vez con mayor frecuencia, y en público para quien quiera registrarlo: Macri, este gobierno, estos dichosos cuadros de nuestros intereses, ¿son una firmeza o nada más que una transición? Hasta hace poco, la respuesta ipso facto apuntaba a que, de última, Macri sería un fusible cuyas eventuales impericia e inestabilidad darían lugar a Massa. Es decir, un prolijito amigable con anclaje peruca. Pero hoy ya no. Massa está afuera de “la ancha avenida del medio”. Volvió a quedar atrapado, o eso parece, en una ambigüedad que visto el clima reinante está lejos de favorecerlo. Sus espadas más relevantes ya negocian un acuerdo amplio en espacios capitalinos decididamente peronistas, o bien en alguno de perfil discursivo claramente antimacrista.

Ante la imposibilidad absoluta de que el Gobierno retruque con números económicos o esperanzas firmes a este movimiento embroncado, que incluso lleva a que la pareja presidencial se sienta tensa y desconsolada frente a Mirtha Legrand, las respuestas oficiales son solamente aquellas de cargar todo fardo en el kirchnerismo. Las vocerías comunicacionales de Casa Rosada mentan intenciones destituyentes. El ministro de Educación de la provincia de Buenos Aires dice que las cosas, todas las cosas, están dirigidas desde Santa Cruz. Cualquier chichipío o cualquier quebrado que ande por ahí es usado para esparcir que detrás de este despelote está la mano de Cristina. El recital del Indio, los motoqueros cortando la 9 de Julio, la CGT cercada, los médicos de los hospitales bonaerenses en pie de lucha, los limones argentinos que no pueden ingresar a Estados Unidos, lo que fuese o deba ser, no importa: todo es culpa de Cristina y su banda. Lo que no pueden explicar es cómo resulta probable que semejante y demostrada fiesta de corruptos tenga tamaña capacidad, envalentonada, de desestabilización. La bronca tiene el problema de que no hay quienes la vehiculicen con una construcción política dotada de liderazgo indiscutible. Y el Gobierno tiene el problema de que, para escaparse discursivamente, dota de liderazgo a quien no sabe si meter presa o dejar que siga actuando, o creando imaginario, para polarizar.

Lo demás es como creerle al horóscopo. En la síntesis, lo único concreto es que empezó a producirse la reacción de muchos de los ajustados. El límite a Macri en forma movilizada. El síntoma.

Eduardo Aliverti


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